Imitaba a todo el mundo. Artistas, ministros, toreros, payasos, aristócratas, deportistas, futurólogos, taxistas, estanqueros, prostitutas, sacerdotes, policías, dentistas, recaudadores… Los imitaba a todos y a todas horas. Bueno, a todos no. Había una persona a la que no era capaz de imitar: él mismo. No sabía imitarse a sí mismo porque no tenía un gesto (un deje, una muletilla, un tic) propio.
El otro día me pidió que dejara de imitarlo. Se lo pide a todo el mundo.
Has descrito a buena parte de los "cómicos" nacionales.
ResponderEliminarque forma tan brillante de decir lo ordinario.
ResponderEliminarSaludos desde méxico
Qué me imite a mî!!!
ResponderEliminarPîdeselo.
Besos
(!): Ése es el primer paso para imitarlos. O no.
ResponderEliminarJesús: Gracias. Y bienvenido.
Zarzamora: ¿Y cómo te puede imitar? ¿Llorando a todas horas por los rincones? ;-)
El microcuento me gustó, pero me reí más con tu respuesta al comentario de Eva.
ResponderEliminarSaludos lelos a los dos!!!