En un supermercado, una señora coge un detergente marca Equis. Se le acerca un señor con traje y corbata. Le enseña un detergente de la marca I Griega.
—Señora, le cambio su detergente por el nuevo I Griega.
—¿Por qué?
—Por esto.
El hombre vomita encima de la blusa de la señora.
lunes, 31 de marzo de 2008
41. Detergente
39. Japón
—Había pasado todo el verano fuera, en Japón. Al volver a casa, lo primero que hice fue descalzarme; ya sabes, por la costumbre… ¿Cómo podía recordar que había sembrado de cristales todo el suelo del recibidor?
—¿Y por qué hiciste eso?
—Por si me entraban a robar, claro.
—Claro.
—…
—¿Y te duele?
—Vaya si me duele. Pero lo que más me duele es que entraran por la ventana.
domingo, 30 de marzo de 2008
38. El ficus
Lo primero que hizo Darío al llegar a casa fue dejar las maletas en el suelo. Lo segundo, desplomarse en el sofá. Y entonces lo vio.
—Cariño, le habías dicho al vecino del tercero que nos regara el ficus, ¿verdad?
—Sí —dijo Mar—, ¿por qué? No se habrá muerto…
—Tiene toda la pinta.
Mar se encogió de hombros.
—Bueno, ¿qué se le va a hacer? —dijo; y añadió, con un nudo en la garganta—: ¿Y el ficus? ¿Cómo está el ficus?
37. Desaparecido
—Reconstruyamos los hechos, señora. Esta mañana dejó al niño en el parking del centro comercial. Hizo sus compras, jugó a un rasca-rasca, ganó un coche nuevo y se marchó en el mismo. Después de enseñárselo a sus amigas, descubrió que el niño había desaparecido.
El detective la miró a los ojos, fijamente, como si en aquellas pupilas se hallara la clave del caso.
—Señora, ¿seguro que no me oculta algo?
sábado, 29 de marzo de 2008
35. Narciso el esquimal
El esquimal recorre una enorme distancia hasta llegar al estanque helado. Se arrodilla junto a la orilla y, durante unos segundos, contempla su reflejo en el hielo.
Después reanuda su camino, pero su imagen sigue en la superficie del estanque, con síntomas cada vez más evidentes de estar ahogándose.
34. Vara
El zahorí de mi pueblo ha inventado una vara para detectar sirenas.
Las sirenas se extinguieron hace tiempo: circunstancia que no debería cegarnos ante la evidencia de que, de todos modos, se trata de un invento maravilloso.
32. La mecánica
El día en que mi novia me dijo que le gustaba la mecánica fue el día más feliz de mi vida.
Al día siguiente, le di las llaves del coche para que le echara un vistazo a la dirección.
Dos días más tarde, supe que mi novia se había fugado con mi coche. Con mi coche y con la mecánica.
viernes, 28 de marzo de 2008
31. Innovación en medios
Frente a la creciente saturación publicitaria en medios convencionales, la cadena McArio’s ha empezado a apostar por una comunicación más notoria y cercana al consumidor. Desde principios de octubre, delante de cada restaurante de la cadena se puede ver a un mendigo con un cartel que dice: 1 EURO PARA UN McAYUNO.
El éxito de la campaña ha superado las previsiones más optimistas. Y eso que, en palabras de Lorena Strawberry, directora de mercadotecnia de la compañía, “sólo hemos invertido una millonésima parte de lo que nos habría costado emitir un spot de veinte segundos a las cuatro de la madrugada en una televisión local”.
30. Rueda de prensa
—Esta pregunta es para el guionista. Para escribir el guión de Yonqui…, esto…, ¿has… has… has consumido… algo?
Algunos se ríen.
El guionista se acerca el micrófono a una distancia razonable de su boca.
—Sí. Claro. —Aquí hace lo que podríamos llamar una pausa dramática—. Me leí el libro.
Ahora se ríen todos.
El guionista, para disimular, también.
29. Estupidez
El mago convierte limones en naranjas. Genial estupidez, pues él prefiere las cerezas.
jueves, 27 de marzo de 2008
28. Glam Hermano
Cuando la concursante se enteró del rumor que circulaba por el exterior, se puso a llorar. Lloró tanto que casi inunda el confesionario y el resto de la casa.
Sus compañeros trataron inútilmente de consolarla.
Al final, ella sola se enjugó las lágrimas.
Y dijo:
—Me voy.
Y se fue.
Sin embargo, el rumor seguía allí.
Y allí siguió, y siguió.
Y siguió.
Siguió alimentando durante semanas a los mismos programas que lo habían alimentado.
Y no era para menos.
Si el rumor era cierto (y no digo que lo fuera), aquella chica había leído libros.
27. ¡Qué cachondos!
El rey está posando junto a otras personalidades para la foto de rigor.
—¡Majestad, majestad! —exclama el reportero más cachondo de ¡Qué cachondos!—. ¿Le puedo dar unas gafas?
Todos los fotografiados se escandalizan ante tamaño desacato…, todos menos el rey, que le hace gestos para que se acerque.
El reportero pasa delante de periodistas y policías y le entrega unas gafas de sol a Su Cachonda Majestad.
El soberano se las pone, mientras pronuncia el nombre del programa:
—¡Qué cachondos!
El rey empieza a tambalearse hasta caer desplomado. Las personalidades rompen a reír, porque de todos es conocido el proverbial sentido del humor del monarca.
Las risas van enmudeciendo mientras el rey sigue en el suelo, inerte.
26. A la par
El poeta del callejón escribe una elegía a cada rata muerta. Se trata de un proyecto ambicioso a la par que humilde.
25. De la azotea
En la azotea de un rascacielos. El superhéroe está a punto de saltar, cuando una mano le toca el hombro. Vuelve la cabeza.
—¿Te crees que tiene mérito?
—¿Qué?
El chaval contempla satisfecho la cara de estupefacción del superhéroe.
—Con superpoderes… Así cualquiera.
—Oye… ¿Me estás vacilando?
Al chico le gusta ver cómo el superhéroe va perdiendo poco a poco la compostura.
—¿A ti qué te parece?
—Te la estás buscando…
—Huy. Qué miedo.
—Tú sigue así.
El chaval permanece impertérrito.
—No me impresionas.
24. Un anuncio de Jaimitos
En un parque. Dos adolescentes se hallan sentados en un banco, contra el que hay apoyadas dos bicicletas. Uno de ellos tiene una bolsa de Jaimitos cerrada.
—¿Qué hacemos? —pregunta el otro.
Se quedan un rato pensativos, indecisos.
El chico de los Jaimitos abre la bolsa y coge uno. Lo muerde. Entonces se levanta, resuelto.
—Vamos al cine.
El otro chico se pone en pie, contento de que se haya tomado una decisión. Se suben a las bicis.
Los chicos pasan por delante de otro banco, donde hay sentados dos ancianos.
Al chico de los Jaimitos se le cae la bolsa. Uno de los ancianos la recoge. La mira con curiosidad. Coge un Jaimito. Lo muerde. Entonces se levanta, resuelto.
—Vamos al cinematógrafo.
El otro anciano se pone en pie, contento de que se haya tomado una decisión. Se suben a los velocípedos.
Aparece el logotipo de Jaimitos y un eslogan en inglés.
23. El último molino
En su cuarto centenario, Don Quijote seguía estampándose contra los arcaicos molinos de viento.
—Pero jefe —le dijo Sancho—, que estamos en el siglo XXI. Ahora hay otras formas de canalizar la energía.
A la mañana siguiente partieron en busca de una central hidroeléctrica.
miércoles, 26 de marzo de 2008
22. Consumados
El cónsul consumó con sumo placer (y con sumisión) con su meritoria lo que no consumaba con su mujer, una consumada consumidora que con suma facilidad consumía todo lo consumible, consumando con su médico lo que no consumaba con su marido.
21. Material escolar: Un remake made in Hollywood
—Profesora, me da igual que sea una tradición y que lo hagan en todos los colegios de este país. Me niego a hacer ningún juramento a la bandera de los Estados Unidos. ¿Sabe por qué? Porque tengo un arma.
—Billy, por el amor de Bush, deja de apuntarme con un hacha de sílex. ¿No ves que estás haciendo el ridículo?
20. Material escolar
Abrid vuestros libros por la página 47… O la 38, los que tengáis la edición antigua. O la 19 de la Enciclopedia Álvarez, o el papiro número 237, o el quinto renglón de la Piedra de Rosetta, o la pared del fondo a la derecha de Altamira…
19. Espinazo
Sentado en un sofá, hay un hombre de mediana edad. Su cara está desenfocada intencionadamente. Sentada a su lado, perfectamente enfocada (por descuido, quizás), se encuentra su señora esposa. Los dos, con ropa de estar por casa, miran a cámara. Subtítulo: A.J.S. LECTOR PASIVO.
—En el metro, en la parada del autobús, hasta en la sala de espera del dentista: los ves cómo se te acercan, se sientan a tu lado, y entonces… ¡lo abren! Cada vez que alguien abre un libro cerca de mí… —Se estremece—. ¡Es terrible! Se me ponen los pelos de punta, los huevos de gallina… y siento un tremendo escalofrío que me recorre todo el espinazo.
El hombre se lleva las manos a la cara. Su esposa lo medio abraza, en silencio.
—¿Lo ven? —dice entre sollozos—. ¡Yo antes nunca usaba la palabra espinazo!
lunes, 24 de marzo de 2008
18. Lo futuro pasado está
La última vez que el esclavo salió de la caverna platónica se tropezó con un cyborg programado para exterminar a los neandertales y de este modo evitar que en el siglo XLIII después de Judas se produzca la guerra cataplásmica que acabará con los cromañoides.
17. Confesión
Todo el encuadre está ocupado por una mampara traslúcida, iluminada a contraluz. Vemos la sombra de un hombre sentado, de perfil. Aparece un subtítulo: J.P.H. EX LECTOR.
—Me hacían parecer interesante —dice con voz distorsionada—, intelectual, inteligente… Cuando leía libros, era…, ¿cómo lo diría?…, diferente. No, más que diferente: era… era otra persona. Una persona inquieta, independiente. Me cuestionaba todo, sin importarme lo que opinaran los demás… No era yo. —Un estremecimiento recorre su silueta—. Gracias a Dios, ahora, por fin, lo he dejado y soy… simplemente yo.
Se abre el plano y vemos que la mampara se encuentra en medio de un plató sobrio, todo luces y sombras.
La silueta se levanta lentamente.
Empieza a oírse una música triste, de violines.
El hombre da unos pasos, titubeante, y sale de detrás de la mampara.
Un cañón de luz se ensaña con él, inclemente.
15. El troyano
—Nos han metido un troyano.
Príamo, rey de Troya, mató al administrador de sistemas informáticos.
14. El augur
—El talón de Aquiles es su talón de Aquiles.
Aquiles (que no tenía sentido del humor) mató al augur.
13. En el último trago nos vamos
A la Muerte no le apetecía jugar al ajedrez; prefería jugar al duro (ya saben: ese deporte de las noches ebrias). Y aunque yo tenía más puntería, ella tenía una mayor tolerancia al alcohol.
12. Peluquería básica
No podía quitarme de la cabeza (es un decir) las yemas de sus dedos dándome un masaje espumoso sobre las sienes. Me imaginaba sepultado entre sus pechos, sumergido en riachuelos de su propia leche. Por eso, cuando llamé a la peluquería para pedir hora y me preguntaron si quería que me atendiera alguien en particular, di su nombre. Como si no hubieran oído mi respuesta, me preguntaron si quería que me cortara el pelo alguien en particular; volví a dar su nombre. Si me hubieran preguntado si quería que me clavara mil puñales alguien en particular, habría vuelto a dar su nombre.
El masaje no fue como el de la otra vez. Fue mejor. Yo era Dante, ella era Beatriz y aquello era el Paraíso.
Luego, cuando cogió las tijeras, tuve un atisbo del Purgatorio: la tía no había cortado un pelo en su vida. Me daba igual. Estaba con ella, y empezábamos a conocernos. Tenía sus defectos, pero no me importaba; al contrario, ahora me gustaba todavía más. ¿He dicho que estaba enamorado? Por eso, aunque acababa de convertir mi cabeza en un devastado paisaje posnuclear, sabía que jamás dejaría que mis cabellos fuesen cortados por otras manos.
Su jefa me dijo que me lo podía arreglar, aunque fuera gratis; incluso pagándome. Yo le dije que no hacía falta, que a mí me gustaba así. Era mentira, claro, pero la forma era lo de menos; lo realmente importante era el contexto.
La otra noche la volví a ver. Sus pechos reposaban sobre la barra de un garito de cuyo nombre preferiría no acordarme. Le pregunté qué hacía una chica como ella en un sitio como aquél. Se burló de mi corte de pelo. Y me dio la espalda.
domingo, 23 de marzo de 2008
11. Milagro a las doce
El domingo al mediodía resucité a una mujer.
El párroco me ha demandado por competencia desleal.
10. La mujer del paracaidista
Mientras espera a su marido, le teje un nuevo paracaídas.
Pasan tres cuartos de hora de la medianoche, él no ha vuelto y sigue despierta. Se levanta y, a pesar de haber terminado el paracaídas, reanuda (desanuda) la labor.
Se despierta a las diez de la mañana. Junto a las sobras de la lasaña precocinada de La Sirena hay un póstit: NO ME ESPERES PARA CENAR. El paracaídas ya no está.
9. Vampiros
que en el colegio escribió un cuento de sombras
No es que esté arrepentido. Para nada. Lo hecho, hecho está, y lo volvería a hacer. Lo volveré a hacer, porque una vez que has entrado en el ciclo, ya no puedes salir. Pero hace menos de un mes no recordaba nada de todo esto. Era una persona relativamente feliz. Tenía una vida normal, y creía que siempre había sido así. Hasta el viernes 25 de febrero. Aquel día el pasado vino a visitarme en forma de periódico. En El País de las Tentaciones había un cuento, un microrrelato. El autor era yo.
El autor no era yo. Yo no había escrito un cuento en mi vida. Y si lo hubiera hecho, jamás lo habría enviado a un periódico. Sin embargo, allí lo ponía bien claro: “Alberto Ramos. 28 años. El Papiol (Barcelona).” Aquello no tenía sentido. Era un error.
No era un error. Sentí un aliento helado en la base del cogote. De repente, todo tenía sentido. Me pregunté cuándo había podido suceder. Tal vez había sido al ir a sacar dinero. He oído que ahora meten una especie de lectores en las ranuras de los cajeros. De este modo copian el código de tu tarjeta. Si hacen eso, también pueden robarte la identidad. Yo lo hice. El procedimiento era más rudimentario, pero eran otros tiempos. Ya lo había olvidado. Sigo en el ciclo. Me pregunto dónde encontraré a la próxima presa.
sábado, 22 de marzo de 2008
7. No somos juguetes
De noche, dentro de una macrotienda de juguetes. En una de las paredes hay un mural con el logotipo de la juguetería: TOYS WE “R”. Un bote de spray escribe (justo detrás de la “R”) la palabra NOT.
El que acaba de hacer la pintada es un muñeco con forma de patata: un Don Patato (en adelante, DP).
Toda la tienda empieza a temblar: algunas estanterías amenazan con caerse. Se oye un murmullo creciente. Detrás de un expositor aparece una multitud de DP. Pasan al lado del grafitero, que se une a ellos.
Hay cientos de DP. Y cada vez son más. Algunos (solos o con ayuda) salen de sus cajas y se añaden a la multitud. Muchos van pertrechados con armas de juguete; otros conducen camiones y tanques, también de juguete. Pronto son más de mil: una marea de patatas avanzando por los pasillos de la tienda. Y todas gritan como una sola voz:
—¡¡¡No somos juguetes!!! ¡¡¡Somos patatas!!! ¡¡¡No somos juguetes!!! ¡¡¡Somos patatas!!! ¡¡¡No somos juguetes!!! ¡¡¡Somos patatas!!!
Los DP se han detenido. Frente a ellos, un vigilante nocturno observa la manifestación con aparente desinterés. Tiene una bolsa de patatas fritas; coge una, la muerde: el crujido rompe el recién estrenado silencio.
Mil DP se estremecen al unísono. Acto seguido, empiezan a gritar como una sola voz:
—¡¡¡No somos patatas!!! ¡¡¡Somos juguetes!!! ¡¡¡No somos patatas!!! ¡¡¡Somos juguetes!!!
6. Las vacaciones
Su mirada, cuando por fin logró alzarla, tropezó con una expresión cansada pero satisfecha. Por supuesto, también vio las manos bañadas en sangre.
—¿Por qué? —Fue un murmullo casi inaudible. De hecho, no esperaba ser oída. Tampoco esperaba ninguna respuesta.
—¿Por qué? ¿Por qué, dices? —Al parecer, sí la había oído—. Fuiste tú quien dijo que no podíamos irnos de vacaciones. Fuiste tú quien dijo que teníamos que hacer un sacrificio.
viernes, 21 de marzo de 2008
5. De la muerte
Todavía me estoy recuperando, tía, es que es muy fuerte, porque siempre me ha parecido de muy mal gusto, lo de morirse, porque la gente es muy cutre, tía, así que imagínate cómo estoy, qué vergüenza, te juro que no quería, claro, cómo iba a querer, si lo hubiera sabido, pero no, ya es tarde, te juro que habría avisado, ay tía, no me lo tengas en cuenta, plis, no quería, y menos ahora, a punto de empezar la última temporada de Sex and the city, me pregunto si aquí tendrán el Canal Plus, o dividís, pero me temo que no, este sitio es tan, tan retro, muy sixtis, y ese viejo, parece uno de esos drogadictos de Ibiza, cómo se llaman, los jipis, eso, te lo juro por Pachá, tía, parece un jipis, y no para de mirarme, dice que es el páblic rileisions, pero no puede serlo, es muy viejo, y barbudo, se parece a aquel que cantaba con el padre de Stella McCartney, igual pero en viejo, y lleva sandalias, menos mal que no lleva calcetines, y esas alas, en serio, tía, alas, lleva alas, es superquich, todavía no me he recuperado, y ahora se me acerca, es que ya no sé qué más me puede pasar, antes muerta y ahora esto, y me ha sacado algo, una mochila, una apestosa mochila, por lo menos espero que tenga ropa limpia, ya no te digo algo de Versace, pero al menos algo que me pueda combinar, pero no, tía, no me lo puedo creer, son dos alas, es supersuperfuerte, te juro que me quiero morir.
4. El nuevo Pierre Menard
No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote.JORGE LUIS BORGES, “Pierre Menard, autor del Quijote”
Ficciones
Nunca había leído el Quijote, ni ganas. Sin embargo, esto no suponía ningún obstáculo para su propósito: reescribirlo, palabra a palabra, frase a frase y párrafo a párrafo, con una fidelidad absoluta. No iba a ser fácil, desde luego. La tarea le iba a llevar años, y lo más probable es que la muerte le llegara antes de concluirla. Pero no era imposible. Sólo tenía que reunir la información obtenida a partir de todas las adaptaciones: películas, dibujos animados, obras pictóricas, alusiones en otros libros de ficción (se había prohibido la consulta de cualquier ensayo), etcétera. También iba a estudiar el libro de Avellaneda. El siguiente paso consistía en cotejar toda la información, identificar elementos comunes, y un largo etcétera que le serviría de base para reconstruir, palabra a palabra, frase a frase y párrafo a párrafo los dos rollos del inmortal pergamino.
miércoles, 19 de marzo de 2008
2. El abuelo
Tú mismo.
El abuelo, como le llamaban sus compañeros de la Universidad de Long Beach, había escrito estas dos palabras en una de las paredes del dormitorio.
Tú mismo.
Aún recordaba la cara que pusieron sus amigos cuando les dijo que iba a retomar sus estudios. Aún recordaba las carcajadas. (¿Tú también, Lucas?) Pero no podía culparlos. Un hombre casado, con seis hijos, un trabajo. ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué quería demostrar?
Tú mismo.
Las palabras estaban escritas encima de su viejo trineo marca Rosebud. No quería demostrar nada. O quizás sí, pero sólo a sí mismo.
Tú mismo.
Había pensado que sería un camino de rosas. Después de todo, no era Telecomunicaciones. Sólo era Cine. Se trataba de hacer películas, y eso nunca se le había dado mal. La teoría tampoco suponía ningún problema: a su edad, había visto mucho más cine que la mayoría de sus profesores.
Tú mismo.
El problema era el Proyecto. El Abyecto Proyecto. No sabía qué película iba a presentar. Había pensado en la de los dinosaurios. Tenía efectos digitales, buenas interpretaciones, y la fotografía y el montaje eran más que correctos. Por no hablar de la música. Quizás no era su mejor trabajo. No era mejor que la de los nazis, desde luego, pero por lo menos no estaba rodada en controvertido blanco y negro. Y la del extraterrestre ya estaba muy vista.
—¿Y si presento Parque jurásico 2?
—Tú mismo —le había contestado su Director de Proyecto.
1. El elefante
Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña. Como veía que no se caía, la araña fue a llamar a otras arañas.