miércoles, 4 de junio de 2008

127. La cerilla

Mire usted, su señoría, yo al señor Díaz, aquí presente, lo conozco desde hace más de veinte años, y en todo este tiempo nunca he visto nada raro en él. Venía todas las mañanas a comprar La Razón (o “La Dazón”, como decía él), y nunca, nunca, me dejó nada a deber. Y eso no es algo que se pueda decir de todo el mundo… Espere, un momento, ahora que caigo, sí, ahora que caigo, me viene a la mente una vez, sí, una vez vino y me preguntó si tenía el diario Avui (el “diadio Avui”, me dijo). La verdad que me pareció una pregunta muy extraña, porque el mío es un quiosco muy serio, y yo jamás vendería una cosa así…, no digo que si estuviéramos en Barcelona o en Lérida, pero no en Logroño, por el amor de Dios, y así se lo dije, le dije: por el amor de Dios, que estamos en Logroño, no en Barcelona o en Lérida. Créame que no sé qué mosca le había picado, porque entonces me dijo que necesitaba una cerilla (una “cedilla”, ya saben cómo habla). Yo le dije que cerillas no vendía, que eso es muy peligroso, ¿sabe?, con todas las revistas y los periódicos. Y fue entonces cuando cogió el Marca; es curioso, porque nunca le había visto interesarse por la prensa deportiva, y me acuerdo perfectamente; de hecho, hasta le sabría decir lo que decía la portada, algo sobre el Barcelona: “El Barça, a un paso de la Liga”, sí, eso decía; y entonces vi cómo al señor Díaz se le iluminaba la cara, lo que me sorprendió, porque nunca me había parecido una persona muy futbolera, y alegrarse por el Barcelona…, pero bueno, allá cada uno, de todas formas eso es lo que pasó, cogió el Marca y me lo pagó, y luego se lo llevó, pero ya le digo que fue la única vez que lo vi comportarse de una manera extraña; pero, por el amor de Dios, ¿cómo iba a adivinar que el señor Díaz era el secuestrador del Ponç Capdevila ese?

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