lunes, 29 de septiembre de 2008

242. La sirena

[…] y en mi pecho yo anhelaba escucharlas.

HOMERO, Odisea

Cuando la sirena entonaba su canto, todos se sentían atraídos sin remedio hacia ella.

Los más precavidos seguían el ejemplo de Odiseo y sus navegantes: unos se ponían tapones en las orejas; otros se hacían atar a un árbol, un poste de la luz o una farola.

Sin embargo, la mayoría acababa bajo las ruedas del camión de bomberos.

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