miércoles, 16 de abril de 2008

73. Niño Pedo

Hay niños que nacen con un pan bajo el brazo. Él no, pero casi. A los tres años se convirtió en el protagonista absoluto (con permiso del ambientador) del anuncio de un ambientador. A sus padres les vino muy bien, y les permitió pasar unas merecidas vacaciones en Torrevieja, Alicante, mientras dejaban al niño al cuidado de su abuela. Al mes siguiente, el niño empezó a ir al colegio. Para entonces, el anuncio se había convertido en un éxito sin precedentes, y el niño era una auténtica celebridad entre sus compañeros. Hasta le pusieron un mote: Niño Pedo. Podía haber sido un mote cariñoso, pero los niños son muy crueles; algunos profesores, también. El niño les suplicó a sus padres que quitaran el anuncio de la tele, pero ellos le dijeron que no podían hacer nada; que habían firmado un contrato por dos años.

Dos años después, la empresa anunciante quiso renovar el contrato; los padres del niño se negaron. Los gerentes de los ambientadores insistieron, pero no hubo manera de convencerlos. La reacción de los padres era comprensible: su hijo les había hecho prometer que no renovarían el contrato; además, no les iba nada mal económicamente: la madre había escrito un libro en el que relataba sus experiencias como madre de una estrella de la televisión; el libro se había convertido en un best seller y ella, en una escritora casi tan famosa como su propio hijo; ahora estaba enfrascada en la redacción de Gandulfito Pérez, una serie de libros infantiles sobre un niño prodigio del cine español que, además, es aprendiz de brujo.

El anuncio dejó de emitirse. En su lugar, pusieron otro que era exactamente igual, pero con otro niño. La reacción del público fue instantánea: hubo manifestaciones de gente exigiendo la reposición del anuncio original. Incluso amenazaron con boicotear a la editorial que publicaba los libros de Gandulfito. Ante estas presiones, no tardaron en reponer el anuncio original; el niño ya tenía casi seis años, edad suficiente para comprender que sus padres necesitaban mantener el nivel de vida que habían llevado en los últimos dos años (toda una vida). Pero en el colegio lo seguían llamando Niño Pedo.

En el instituto, también. Mientras sus amigos tenían novia, o se esforzaban por tenerla, o fingían que la tenían, él era Niño Pedo. No importaba que le hubieran aparecido pelos en regiones hasta entonces áridas: para todos seguía siendo el niño que se tiraba pedos en un anuncio.

Y así fue hasta que tuvo edad para hacer la mili. Rezó porque le tocara lejos, bien lejos. Le tocó Canarias. Allí también conocían el anuncio, claro, pero nadie sabría que él era (había sido) el niño protagonista. Ahora iba a empezar una nueva vida, lejos de las burlas de todo el mundo.

—Hola, soy Paco.

Su compañero de litera tenía acento andaluz y cara de buena gente. Con toda probabilidad iban a ser buenos amigos.

—Hola, soy Godofredo —contestó él.
—Godofredo —repitió Paco—. Godofredo, cara pedo.

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