De pequeño se metió el puño en la boca. Sus padres no querían traumatizarlo y esperaron a que se lo sacara por propia voluntad. Pasó el tiempo y, cuando quiso sacárselo, el puño ya había crecido (como el resto del niño, a excepción de la boca).
Al principio fue duro, pero ha acabado acostumbrándose. Todo lo tiene que hacer con una sola mano. Y los alimentos los debe ingerir en estado líquido, con pajita. Tiene sus ventajas: por ejemplo, nunca se le queda un hueso atravesado en la tráquea, o donde sea que se quedan atravesados los huesos.
Trabajaba en un circo cuando lo vio una anciana millonaria. Se encaprichó de él. Fueron los años más felices de su vida. De la vida de la anciana, al menos. A su muerte, él lo heredó todo.
Ahora tiene que hacerse cargo de sus gatos: engordarlos y dejar que se reproduzcan. Son el alimento principal de las boas.
Había sido una mujer rara, pero ¿qué se puede esperar de alguien que se encapricha de un hombre con el puño en la boca?
sábado, 1 de mayo de 2010
821. En la boca
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2 comentarios:
De nuevo saco mi lado Sancho Panza y recurro a un refrán. Y es que mi madre me dijo que siempre hay un roto para un descosido...
Bonito cuento, Al
Un beso
Y es que no hay mal que por bien no venga. :-)
Beso.
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