En un comedor. Hace un calor espantoso, que combaten como pueden: la madre, abanicándose; los abuelos, sentados en primera fila frente al ventilador… Llega el padre con varias latas rojas del refresco directamente competidor.
—¡Traigo refrescos!
Les va pasando las latas.
—Y acordaos de…
—… no tirar las anillas —completan los demás, al unísono.
—¿Por qué? —pregunta el padre.
—Porque cuando tengamos un millón, nos darán una silla de ruedas nueva. —También al unísono, siempre que no resulte demasiado forzado.
El padre, la madre, los abuelos, el niño pequeño: todos arrancan sus respectivas anillas con gran entusiasmo. El benjamín las recoge y las coloca en un álbum.
—¿Cuántas tenemos? —pregunta el padre.
El niño hace un cálculo rápido.
—Novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y nueve.
Todos se vuelven llenos de emoción hacia el hijo mayor: un muchacho de unos dieciocho años que permanece sentado en un rincón, tras una mesa. Delante suyo hay una lata roja sin abrir.
Desafiante, el joven saca una lata de Pepis. Le da un trago.
Y se marcha, a bordo de una carretilla que empuja con su única extremidad.
En la calle, se reúne con un grupo de jóvenes lisiados. Todos llevan latas de Pepis.
Se sobreimprimen el logo y el eslogan de Pepis.
sábado, 22 de mayo de 2010
842. Un anuncio de Pepis
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4 comentarios:
No entendí muy bien el final. Me ha parecido genial, me ha encantado, la historia me ha ido llevando y sugiriendo hasta llegar ahí, a la última frase. Un abrazo.
Es que la Pepis sabe mucho mejor. ¡Dónde va a parar!
Muy bueno el anuncio, aunque un poco heavy de ver...
Yo creí que era con un millón de envoltorios de tes con lo que te daban la silla.
Un beso
¿Pero eso no era con Marlosboro, Luqui, Dromedario, etc?
Isabel: Gracias.
Alís: Bueno, era con un millón de algo.
Patricil: Si te fumas un millón de paquetes, me temos que una silla de ruedas no te va a solucionar la vida.
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