Obsesionado con la idea de tener un universo literario propio, un buen día decidió imponerse unas restricciones en su modo de vida. A partir de ahora, sólo vería cine iraní, sólo leería poesía china, sólo visitaría exposiciones de arte precolombino. Si iba a la ópera, solamente sería para ver una obra de un autor vivo. No comería nada que no fuera libanés, no fumaría otra cosa que tabaco negro, no bebería nada más que Anís del Mono y Pepsi embotellada. A la playa iría únicamente en invierno. Sólo se acostaría con mujeres pelirrojas, de veinticinco a treinta y cinco años, clase media/media alta. El único deporte que practicaría sería el minigolf; como espectador, sólo vería deportes con red. No compraría el periódico los domingos. Sólo tiraría la basura los meses de treinta y un días. Los días impares viajaría en autobús; los pares, en metro. Si tenía que coger un avión, se sentaría junto a la ventanilla. Sólo compraría discos de pop español sin faltas de ortografía en los títulos de las canciones. No adquiriría videojuegos que hubieran sido demandados por alguna asociación de consumidores. Tampoco consumiría productos que emplearan a algún famoso en sus anuncios. En la lotería, sólo jugaría a números primos. Las encuestas telefónicas siempre las contestaría con preguntas. Solamente daría dinero a los músicos callejeros que hicieran versiones de los Beatles. No votaría a ningún partido cuyo líder tuviera un apellido acabado en consonante. Y, por último, siempre dormiría boca arriba, de seis a siete horas. Si seguía todas estas reglas, su obra sería única, personal e intransferible.
Dos años después se público su primera novela. Toda la crítica estuvo de acuerdo en una cosa: para ser una adaptación de la última película basada en Los tres mosqueteros, no estaba mal del todo.
martes, 8 de julio de 2008
159. Universo propio
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2 comentarios:
No lee blogs este señor? Mal, eh?
Sólo blogs de poesía china.
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