miércoles, 30 de abril de 2008

92. Los olvidados

A lo largo de mi vida me he olvidado unos cuantos paraguas. La semana pasada me acordé de todos ellos. De pronto, me vinieron a la mente: estaban todos, hasta aquel paraguas de Tigretón de cuando era niño. Había ochenta y dos, y me miraban acusadores.

martes, 29 de abril de 2008

91. Otro juego

Éste es un videojuego. Se llamaría Sudokutris, y consistiría en una serie de piezas bidimensionales que irían cayendo. Cada una de ellas estaría compuesta por cuadraditos, y cada cuadradito tendría un número del uno al nueve. Las piezas se podrían ir moviendo hasta que cayeran sobre otras piezas. Una vez formada una línea de nueve cifras, todas diferentes, dicha línea desaparecería; de lo contrario, se añadiría un nuevo piso a una construcción que, cual torre de Babel, estaría condenada al desastre una vez alcanzado el cielo. Por supuesto, tampoco lo voy a patentar. Me doy cuenta de que éstos son los típicos frenos del escritor que se resiste a acabar su obra (y eso que aún no llevo ni una décima parte). Lo que debo hacer es ignorar estos frenos, o dejar que la obra los asimile; de lo contrario, no terminaré nunca. ¿Acaso Verne habría escrito todo lo que escribió si se hubiera dedicado a patentar todas las cosas que se le ocurrían? Por no hablar de Edison: alguien que patentó más de mil inventos tuvo que haber sido un escritor frustrado.

lunes, 28 de abril de 2008

90. El juego que me podría hacer millonario

Acabo de inventar el Sudokubo. Es como el tradicional cubo de Rubik, pero las piezas, en lugar de colores, tienen números del uno al nueve. Debería patentarlo, pero ahora estoy muy ocupado escribiendo un libro con mil diecisiete cuentos, y todavía voy por el noventa. Cuando haya llegado al 1.017, seguro que alguien se me habrá adelantado y habrá ganado más pasta que la autora de Harry Potter. Por eso espero que este libro sea un best seller que también me haga millonario, o de lo contrario me daré mil diecisiete cabezazos contra un muro, uno por cada cuento.

domingo, 27 de abril de 2008

89. Paco Martínez Soria

—Ésta es la peor semana de mi vida. —Con estas palabras ha descrito la supermodelo Cati Molls la situación que está viviendo estos días.

Todo empezó el pasado lunes, cuando el periódico sensacionalista L’Espill publicó unas fotos de la modelo en las que aparecía leyendo un libro.

—No volverá a suceder —declaró Molls. A pesar de su visible arrepentimiento, ya son varias las firmas que han decidido rescindir los contratos que mantenían con la modelo.

sábado, 26 de abril de 2008

88. El enigma de la Esfinge

A D.Z.


—¿Cuál es el animal —preguntó la Esfinge— que al amanecer tiene cuatro patas, al mediodía tiene dos, y al anochecer tiene tres?

Edipo permaneció un rato pensativo. Luego dijo:

—Macizorra.

viernes, 25 de abril de 2008

87. Bisbal*

Los obispos están estudiando la posibilidad de desaconsejar la lectura de un cuento. Su título es “Obispero”.

* En catalán en el original.

jueves, 24 de abril de 2008

miércoles, 23 de abril de 2008

85. Introducción a la teoría del piropo

Está científicamente comprobado. Si la gente aguanta ocho horas de trabajo diario es gracias al coqueteo. Lo hacen todos: el oficinista con la oficinista, el director con la directriz, el frutero con la verdulera, el cura con la beata, el legionario con la cabra, el atracador con la rehén, el gobierno con la oposición. Y viceversa. El problema lo tenemos aquí, en la obra, donde las oportunidades de coqueteo son escasas. Aunque se han hecho algunos experimentos al respecto, todos han fracasado estrepitosamente. Pero, de esto, mejor no hablar. Ahora surge la pregunta: ¿cómo podemos soportar las largas y duras jornadas laborales, si no tenemos la oportunidad de practicar el coqueteo? La respuesta es simple: gracias a que disponemos de una variedad mutante y unidireccional del mismo. Me estoy refiriendo al piropo. Bueno, en realidad también puede ser bidireccional, que es cuando viene acompañado de una respuesta, aunque esto constituye más una anomalía que otra cosa. El piropo es, en fin, lo que hace que nuestro trabajo sea tan soportable como el de cualquier hijo de vecino (practicante del coqueteo con cualquier hija de vecina). Sin embargo, no es nada nuevo. Poca gente sabe que el piropo lo inventaron los antiguos egipcios, que estaban más adelantados que nosotros. Aunque ellos trabajaban en condiciones aún más adversas, porque lo hacían en el desierto, y por allí no pasaban muchas mozas: éstas se quedaban en el río, echando moiseses. Pero los egipcios, que estaban llenos de recursos, construyeron las esfinges. De este modo, mientras levantaban pirámides, podían ir soltándoles lindezas. Macizorra, y esas cosas.

martes, 22 de abril de 2008

84. Homenaje a Orwell

En 1938, George Orwell publicó su Homenaje a Cataluña.

Sesenta y pico años después, un grupo de agradecidos catalanes colocaron cámaras de vigilancia en la plaza George Orwell de Barcelona.

lunes, 21 de abril de 2008

83. ¿Puede un cuento ser más corto que, por ejemplo, “El dinosaurio”, de Augusto Monterroso, si su título es más largo que, por ejemplo, el de

'Viajes a varias remotas naciones de la tierra (en cuatro partes). Por Lemuel Gulliver, primero oficial médico, y luego capitán de varios barcos', popularmente conocido como 'Los viajes de Gulliver', de Jonathan Swift?

—No tengo ni idea —dijo ella.

82. El sueño de la mariposa

La mariposa soñó que era una oruga. Al despertar, no sabía si era una mariposa que había soñado que seguía siendo una oruga, o si seguía siendo una oruga con delirios de mariposa.

domingo, 20 de abril de 2008

81. Ex exorcista

¿Satanás? Satanás es como Lost in translation: está sobrevalorado. Tuvo su momento, no digo que no, pero ahora mismo es un cazador de mamuts. ¿Qué pinta un cazador de mamuts en la era de Bush? Si fuera al revés, tendría más sentido… Era un chiste. Bueno, a lo que iba. El Demonio sigue haciendo de las suyas, claro, pero a pequeña escala. Alguna posesión de vez en cuando, para no perder la costumbre, nada serio. Yo lo veo un poco como a Al Pacino en Tarde de perros, ¿sabes de cuál te hablo? En fin, un pobre diablo. Y aquí intervengo yo. ¿Un exorcista? No, exorcista, no… A ver, empecé en esto como exorcista. De hecho, tengo muchos amigos exorcistas, y es un trabajo muy digno… para el milenio pasado. Pero yo lo he dejado. Ahora soy un negociador. Un exorcista usa la fuerza. Un negociador usa la retórica. Y mucha psicología. ¿Sabías que Lucifer tiene complejo de Ícaro?

80. Curriculum vitae

Veo aquí que has encadenado a Cerbero en los Infiernos; que has trabajado en el jardín de las Hespérides; has robado el ganado de Gerión; te has apoderado del tahalí de Hipólita; también has estado con Diomedes y…, ¿qué tal Diomedes?, hace tiempo que no…, ah, lo mataste; también has capturado al toro de Creta; has limpiado los establos de Augías; has exterminado los pájaros del Estínfalo; has cazado al jabalí del Erimanto; etcétera, etcétera, etcétera. Bien, bien… Realmente, tienes un currículo impresionante. Y muy bien redactado. En un griego correcto, sin faltas… Por cierto, ¿qué tal vamos de latín? Porque, como ya debes de saber, el latín es la lengua del futuro.

sábado, 19 de abril de 2008

79. Nadie

Odiseo contempló impotente cómo Polifemo se merendaba a uno de sus hombres.

—No somos nadie.

78. El augur II

—El talón de Aquiles de Aquiles es el talón.

Aquel augur era muy bueno interpretando el vuelo de las aves. Lo que no se le daba tan bien era interpretar la mímica de los soldados, que le indicaban que se callara la boca o de lo contrario se verían obligados a rebanarle el cuello.

77. Acto V, escena IV

Los actores hicieron mutis por el foro. Aquella misma noche, montaron una fiesta por el foro. Brindaron por el foro. Y, como una cosa lleva a la otra, fornicaron por el foro. Ocho meses después, se casaron por el foro. Lo último que hicieron fue morir por el foro.

viernes, 18 de abril de 2008

76. Los franceses

Algunas noches ve a los franceses. Los ve desde la ventana de su cuarto, en el bosquecillo que hay detrás de casa. Sabe que son franceses porque hablan raro.

El abuelito le contó que, hace muchos años, allí mismo hubo una guerra. La gente del pueblo había luchado contra los gabachos, que es como llama el abuelito a los franceses. Los del pueblo ganaron la guerra y mataron a los franceses, que es lo que se hace en las guerras cuando alguien gana, y aunque no gane.

Lo que el abuelito no sabía es que no los habían matado a todos. Algunos todavía siguen ahí, en el bosquecillo que hay detrás de casa. Los ha visto desde la ventana de su cuarto.

Papá dice que los franceses viven en Francia, que es otro país. Pero él ha visto a los franceses que viven en el bosquecillo. Eso quiere decir que el bosquecillo es Francia. Otro país.

Si viviera en otro país, papá y mamá no podrían castigarlo. Él podría salir de su cuarto cuando le diera la gana, aunque no hubiera acabado los deberes. Pero su cuarto no es Francia, porque él no es francés… o sí. La abuelita decía que a él lo había traído de París una cigüeña. Y mamá dice que París es una ciudad que hay en Francia. Entonces, si él es francés y los franceses viven en Francia, su cuarto es Francia.

Esta noche ha vuelto a mirar por la ventana. No ve a los franceses, pero están ahí. Siempre están ahí.

Está castigado, pero nadie le ha dicho que no abra la ventana. Lo que le han dicho es que no salga de su cuarto. Pero no tiene por qué hacerles caso. Puede salir. Siempre dentro de Francia, claro.



Se ha hecho daño al saltar. Pero no importa. Puede andar, y el bosquecillo está ahí mismo. Se ha hecho daño, pero no pasa nada. Cuando llegue al bosquecillo, los franceses lo curarán porque son médicos. Los vio la otra noche, que tenían unas jeringuillas.

No le dan miedo las jeringuillas.

jueves, 17 de abril de 2008

75. Fumata negra/Fumata blanca

Ni blanca ni negra. Hacía días que la ajada chimenea no expulsaba la tan ansiada humareda.

Cuando al fin salió la fumata, no lo hizo por la chimenea. Salió por debajo de la puerta, en delgadas volutas que se atropellaban lentamente.

—Es negra —dijo alguien.

74. El actor más guapo del mundo

Estaba a punto de casarse con el actor más guapo del mundo, y todavía no se lo creía. No era guapa, ni rica, ni tenía buena conversación. Ni siquiera estaba embarazada. ¿Por qué, entonces? ¿Qué había visto en ella?

El amor es ciego. Pero el actor más guapo del mundo no lo era. Él tenía una vista de lince.

El hecho de que se conocieran desde niños no debería bastar.

Tenía que haber algo más.

El amor es ciego.

Sí, el amor es ciego, pero no es gilipollas.

¿Por qué?

El amor es ciego.

A no ser que…

El actor más guapo del mundo no era el mejor actor del mundo. En realidad, era un actor bastante mediocre. Los directores no se lo tomaban en serio. Ni los directores ni nadie. Hasta su madre (su propia madre) le decía que jamás iría a verlo actuar.

Pero era el actor más guapo del mundo. Y allí estaba. En el altar, delante de toda su familia y sus amigos. Delante de su madre.

Estaba a punto de casarse con un actor al que nadie se tomaba en serio.

La madre del actor estaba llorando.

El actor más guapo del mundo sonrió, satisfecho.

miércoles, 16 de abril de 2008

73. Niño Pedo

Hay niños que nacen con un pan bajo el brazo. Él no, pero casi. A los tres años se convirtió en el protagonista absoluto (con permiso del ambientador) del anuncio de un ambientador. A sus padres les vino muy bien, y les permitió pasar unas merecidas vacaciones en Torrevieja, Alicante, mientras dejaban al niño al cuidado de su abuela. Al mes siguiente, el niño empezó a ir al colegio. Para entonces, el anuncio se había convertido en un éxito sin precedentes, y el niño era una auténtica celebridad entre sus compañeros. Hasta le pusieron un mote: Niño Pedo. Podía haber sido un mote cariñoso, pero los niños son muy crueles; algunos profesores, también. El niño les suplicó a sus padres que quitaran el anuncio de la tele, pero ellos le dijeron que no podían hacer nada; que habían firmado un contrato por dos años.

Dos años después, la empresa anunciante quiso renovar el contrato; los padres del niño se negaron. Los gerentes de los ambientadores insistieron, pero no hubo manera de convencerlos. La reacción de los padres era comprensible: su hijo les había hecho prometer que no renovarían el contrato; además, no les iba nada mal económicamente: la madre había escrito un libro en el que relataba sus experiencias como madre de una estrella de la televisión; el libro se había convertido en un best seller y ella, en una escritora casi tan famosa como su propio hijo; ahora estaba enfrascada en la redacción de Gandulfito Pérez, una serie de libros infantiles sobre un niño prodigio del cine español que, además, es aprendiz de brujo.

El anuncio dejó de emitirse. En su lugar, pusieron otro que era exactamente igual, pero con otro niño. La reacción del público fue instantánea: hubo manifestaciones de gente exigiendo la reposición del anuncio original. Incluso amenazaron con boicotear a la editorial que publicaba los libros de Gandulfito. Ante estas presiones, no tardaron en reponer el anuncio original; el niño ya tenía casi seis años, edad suficiente para comprender que sus padres necesitaban mantener el nivel de vida que habían llevado en los últimos dos años (toda una vida). Pero en el colegio lo seguían llamando Niño Pedo.

En el instituto, también. Mientras sus amigos tenían novia, o se esforzaban por tenerla, o fingían que la tenían, él era Niño Pedo. No importaba que le hubieran aparecido pelos en regiones hasta entonces áridas: para todos seguía siendo el niño que se tiraba pedos en un anuncio.

Y así fue hasta que tuvo edad para hacer la mili. Rezó porque le tocara lejos, bien lejos. Le tocó Canarias. Allí también conocían el anuncio, claro, pero nadie sabría que él era (había sido) el niño protagonista. Ahora iba a empezar una nueva vida, lejos de las burlas de todo el mundo.

—Hola, soy Paco.

Su compañero de litera tenía acento andaluz y cara de buena gente. Con toda probabilidad iban a ser buenos amigos.

—Hola, soy Godofredo —contestó él.
—Godofredo —repitió Paco—. Godofredo, cara pedo.

72. Cornada intensiva

—Quiero ser torero. ¿Me pasáis la sal?

Su padre le pasó la sal. Su madre, no: al contrario, ella misma parecía haberse convertido en una estatua de sal.

La buena mujer se recuperó, pero no se volvió a hablar del tema.


Meses después, fueron a pasar unos días en el pueblo. Estaban los tres apoyados en una cerca, viendo unos toros, cuando los padres le dieron un empujón.

Uno de los toros más bravos se abalanzó sobre el muchacho y lo empitonó hasta el fondo.

La sangre brotaba a borbotones, y el toro seguía ensañándose.

El chico se volvió hacia sus padres y, entre estertores, les dijo:

—Me parece que ya nunca podré conducir una carretilla elevadora.

martes, 15 de abril de 2008

71. La Dama de la Torre Blanca

La Dama Blanca vive en su torre de marfil, donde todo es blanco. Hasta tiene un ajedrez con sólo piezas blancas (por eso siempre gana). Los criados son albinos, como ella.

Sin embargo, todas las noches, la Dama Blanca tiene pesadillas negras, negrísimas. No importa que duerma con mil candelabros encendidos y los ojos abiertos de par en par.

La torre de marfil está construida sobre un antiguo cementerio de elefantes.

70. Otro tipo de restaurante

—Pues yo —dijo el otro— también monté un restaurante. Le puse en el hilo musical un mensaje subliminal que incitaba a la gente a comer sin parar.
—¿Y funcionaba?
—Vaya si funcionaba. El problema es que era un bufé libre.

lunes, 14 de abril de 2008

69. Un absurdo

Madre, yo no quiero ser torero. Yo quiero ser absurdo, entrópico, serendípico, un animal irracional, un cuadro clínico, patológico, flamenco y surrealista. Quiero ser un reloj blando con hormigas que me hagan cosquillas en las manecillas, sobre todo en la izquierda. Quiero ser abzurdo [sic]. No quiero ser diestro.

68. Juegos reunidos

—¿Pero es que no te das cuenta de que está jugando contigo?
—Sí, claro que me doy cuenta —respondió la Antorcha Humana—. Pero está jugando con fuego.

67. Masajes

—¿Y esas manchas? ¿Es… es grave?
—No, no es nada. Es que el otro día se me ocurrió ir a uno de esos sitios donde te hacen masajes con rayos UVA, todo a la vez.

domingo, 13 de abril de 2008

66. Un taxista

Estaba muerto de asco, hojeando el Marca, cuando se abrió la puerta trasera derecha. Entraron tres tipos.

—Siga a esa estrella.
—¿Qué…? —El taxista no acabó la frase; de repente, sintió que el pulso le iba a cien—. ¿Son… son los… los Reyes Magos?
—No, somos paparazzis —contestó Melchor.

65. La duda de la sospecha

Caperucita empezó a sospechar desde el mismo momento en que la abuelita se quejó de la próstata.

sábado, 12 de abril de 2008

64. Ciencia-ficción





























...........................................*

* Para leer este cuento, se requiere un implante ocular EyeXPansion® (vers. 3.11 o superior).

viernes, 11 de abril de 2008

63. Midas

El rey contempló con lágrimas de oro la que había sido la más hermosa estatua del reino, ahora convertida en una vulgar bagatela que, no obstante, aún reproducía a la perfección la figura de su hijo predilecto. ¿Dónde estaba todo aquel baño de oro que hasta el mes pasado había competido con el sol?

No importaba, se dijo el rey. Aquello tenía fácil solución. Sólo debía ordenar que lo subieran al pedestal y… Pero no. Ya estaba harto de aquella clase de ostentación. Además, se trataba de un monumento a la belleza del hijo, no de una burda excusa para glorificar una vez más el don del padre. No, pero… ¿qué podía hacer? ¿Ordenar que le dieran otra capa de oro, para que volvieran a robársela los muertos de hambre del reino? No, ésa no era la solución… Además, acababa de tener una idea.

Era una idea más “peliculera”, quizás… pero no en vano lo llamaba el Steven Spielberg de la monarquía.

Más tarde, cuando el príncipe acudió a la llamada de su padre, éste bajó corriendo del trono y le dio un fuerte abrazo.

62. El escándalo de la Bella Durmiente

El príncipe había procurado mantenerse al margen de todo el tinglado, pero cuando ella publicó sus memorias (escritas por un duende), él dijo de aquí no pasa. Podía decir que él era un afeminado y que le gustaba vestirse con ropas de mendigo, incluso con una piel de asno; pero decir que besaba como un sapo… Fue la gota que colmó el cáliz.

Sin embargo, hay quien piensa que la reacción del príncipe fue desmedida, que se pasó dos reinos cuando, en horario de real audiencia, soltó aquello…, sí, ya sabes, lo de que ella se había hecho la dormida.

jueves, 10 de abril de 2008

61. La fama

—Desde que sale en la Biblia no hay quien lo aguante.
—Y que lo digas. Está endiosado.
—El otro día va y se pone a resucitar a un tipo… ¡y delante de todo el mundo!
—Eso son ganas de exhibirse.
—Sí, sí… pero eso no es nada. Tú viniste a la boda, ¿verdad?
—Sí, ¿por qué…? ¡Ah, sí! Ya me acuerdo.
—Pues debemos de ser los únicos, porque menudo ciego que llevaban todos aquel día.
—No me extraña. ¿A quién se le ocurre convertir el agua en vino?
—Y los niños… ¿Qué les íbamos a dar, si ni siquiera dejó un poco de agua para rebajarlo?
—Y el tío, que no paraba de decir aquello…, ¿cómo era?
—Tomad y bebed todo, o algo así.
—Y lo peor fue la vuelta… De milagro nos fue que no nos parara la centuria.
—Ya te digo.
—Si eso no es afán de protagonismo, que baje Dios y lo vea.
—La culpa de todo la tienen los evangelistas, que son unos sensacionalistas.
—Sobre todo el Juan ese. ¿Has leído el Apocalipsis?
—Yo no leo esos rollos seudoproféticos.
—Ni yo, pero me lo han contado.
—Ya…
—…
—Aunque el público también tiene su parte de culpa.
—Ahí te doy toda la razón.
—Si es que a la gente le va el morbo.
—Sí, mira las lapidaciones…
—Bueno, yo estaba pensando en las crucifixiones…
—Por cierto, ¿a qué hora empiezan?
—No sé, pero… ¿dónde está la gente?
—¡Mierda! Corre, que llegamos tarde.

60. Tiempo perdido

Hemos empezado una nueva partida de En busca del tiempo perdido: El juego de rol. Bueno, la partida en sí aún no la hemos empezado: todavía estamos creando los personajes.

—Oye, ¿una magdalena puede tener cuarenta y cinco puntos en “Habilidades de subterfugio”?

miércoles, 9 de abril de 2008

59. El ojo y la flecha

Donde pongo el ojo pongo la flecha. El problema viene después, cuando tengo que arrancarme la flecha del ojo.

58. El Coraje

Dos chavales caminan junto al borde de una piscina pública. El más alto lleva una bolsa de Jaimitos cerrada.

—El Coraje en tu interior está —dice el menos alto.
—No. Está en la bolsa.
—Equivocado estás.
—Pero… maestro. Lo presiento.
Lo presiento, lo presiento… —se burla el muchacho menos alto; y añade, con brusquedad—: ¡Presentir tú no puedes!

El chico más alto se detiene.

—Lo tengo que hacer. Es mi Destino.

El otro también se detiene. Alza la cabeza, como buscando una señal en el cielo. Suspira y, resignado, se vuelve hacia su discípulo.

—Detenerte no puedo.

El chico alto va a abrir la bolsa, pero no lo hace.

—No, esto no está bien. Tú me lo tienes que impedir, y entonces yo muestro mi Coraje desobedeciéndote.
—Te prohíbo lo.
—Así está mejor.

El muchacho más alto (ahora sí) abre la bolsa. Coge un Jaimito y se lo come.

—Lo que yo decía —dice el menos alto—. El Coraje en tu interior está.

57. Edipo complejo

—Lo que usted tiene es complejo de Edipo. Un complejo de Edipo como la copa de un pino.

Edipo (que no había leído a Freud) mató al psicoanalista, que en cierto modo era su padre.

martes, 8 de abril de 2008

56. Un regalo para Rüdiger

Ahí están. Un sinfín de rostros anhelantes alzados hacia mí. Fotógrafos y periodistas que renunciaron a sus sueños a base de irlos posponiendo. Ahora se conforman con mirarme, a la espera de que yo haga un gesto mínimo: un ademán insignificante capaz de llenar sus revistas, sus periódicos, sus telediarios y sus cuentas corrientes. También están los otros, claramente superiores en número y en ruido. Porque hacen mucho ruido, demasiado. Ellos también alzan sus rostros ansiosos hacia este balcón, aunque ellos aún tienen sueños. Pero de momento también se contentan con aguardar ese gesto nimio, como si a fuerza de nimiedad fuera capaz de llenar sus vidas. No comprenden que sólo conseguirán una sensación de euforia momentánea, el recuerdo de la cual atesorarán durante un tiempo, como una piedra preciosa, pero que se acabará desvaneciendo con el resto de sus sueños como una vulgar baratija. Sin embargo, hay alguien más: entre la masa anónima destaca la mirada triste de un viejo conocido, alguien a quien nunca he visto y que no obstante me encuentro en todas las ciudades, en todos los países. He aprendido a reconocerlo, y hasta le he puesto un nombre: Rüdiger. Con su cartera y sus gafas, su aspecto singular y respetable, se amolda perfectamente al retrato robot que le hizo Mark Knopfler. Es Rüdiger, incluso podría ser el Rüdiger original. Porque hoy estoy en Berlín, asomado a un balcón en el cuarto piso de un hotel como el de la canción, tal vez el mismo. Rüdiger está ahí. No forma parte del grupo de la prensa. Tampoco se le puede incluir entre los adoradores, porque no hace ruido. Su silencio es una de sus señas de identidad, igual que su soledad y su paciencia. Día y noche, llueva o nieve, Rüdiger se arma de paciencia y soledad y silencio a la espera de su valiosa recompensa: un autógrafo. Un insignificante garabato que pasará a engrosar su colección de garabatos insignificantes, al tiempo que lo volverá un ser libre: libre de encadenarse a una nueva búsqueda. Sólo tengo que lanzarle una de mis fotos autografiadas y todo habrá acabado. Alcanzada su meta, se olvidará de mí. Pero yo no quiero que me olvide. Le daría lo que fuera para que me conservara en su memoria. Algo mucho más valioso que una simple firma, un regalo que lo atara para siempre a mi recuerdo. Le daría un hijo. Le podría dar un hijo. Puedo darle un hijo, un bebé como el que sostengo entre mis manos. Sí, se lo voy a dar. Contemplad este bebé, mi hijo, porque ahora mismo se lo voy a dar a Rüdiger. No puedo fallar.

lunes, 7 de abril de 2008

55. Pero si un atardecer

No te lo perdonaré nunca. Míralas. Están muertas. No, no me mires a mí. Míralas a ellas. Muertas. Daños colaterales de tu egoísmo malsano. Me has oído bien: tu egoísmo malsano. Míralas ahora y jamás dejarás de verlas. Su imagen te perseguirá, aun cuando nuestros amores lleven una eternidad criando malvas en el monte del olvido. ¿Ves lo que has hecho? Nuestros amores... Una vez creí que eran uno solo, indivisible como un átomo, cuando los átomos eran indivisibles. Pero tú jamás lo creíste. Siempre dudabas, como un científico que todo lo cuestiona, que todo lo examina. Nada escapaba a tu exhaustivo control de calidad. Siempre me ponías a prueba, sin importarte el daño que pudieras causar. “Pero si un atardecer las gardenias de mi amor se mueren es porque han adivinado que tu amor me ha traicionado porque existe otro querer.”* Sólo tú eras capaz de pensar algo así. Traición... ¿Cómo podías hablarme de traición? Y lo peor de todo, lo que no te perdonaré nunca: ¿cómo pudiste exponerlas a una muerte innecesaria? Mi amor, tu amor... Era una carga excesiva para ellas. Y para mí. Tenían todo el calor de un beso. Y me hablaban. Me hablaban y me decían: te quiero. Y yo les respondía. Tal vez no me lo decían a mí, pero tú no estabas conmigo y yo les respondía: os quiero. Las quería, sí. Las quería como te quise a ti. ¿No es irónico? Ahora están muertas, como tu amor y el mío, pero mi amor hacia ellas jamás morirá. Están muertas. Míralas. Muertas. No te lo perdonaré nunca.

* Isolina Carrillo, “Dos gardenias”.

domingo, 6 de abril de 2008

54. Una nube pasajera

A A.M.


El señor Soto volaba hacia la capital. A primera vista, aquél era un viaje rutinario de negocios, pero el señor Soto no había subido a un avión desde los cinco años. De modo que, aunque no dejaba de ser un viaje de negocios, para él no tenía nada de rutinario. Por culpa de aquel viaje, llevaba seis noches durmiendo poco y mal; la séptima noche había dormido menos y peor. Los días no habían sido mejores, pero cuando el avión despegó se le pasaron todos los males. Y los había olvidado por completo cuando, en pleno vuelo, se fijó en la nube.

El señor Soto sabía poca cosa de nubes, pero aquélla tenía algo especial: era una nube blanca y esponjosa, sutil como un arrullo de espuma: un cúmulo de jirones delicados: el exquisito capricho de una climatología azarosa: suave marejadilla inaprehensible y dúctil: pintura volátil sobre un lienzo imposible: borrón albino de matices etéreos: vals silencioso de cielos vieneses: sueño ligero de un soplo de viento: seno de lluvias: vaivén insustancial de alboradas en vela: embeleso sereno como dulce de feria: infinitas variaciones de una muda melodía, sección de brisas: amor efímero: espirales de espirales de espirales de espirales: sortilegio de agua, hechizo de aire: ufana melancolía: gloria a un dios en las alturas: polución diurna y alevosa sobre mundos suspensivos: nebulosa fugaz, un deseo: capitel jónico de los arrabales elíseos: sino de lluvias: aliento liviano de suspiros golosos que, a falta de miel, beben los vientos por un sol haragán: murmullo inefable: un leve movimiento: una mirada fulminante, cargada de electricidad: un presagio de tempestades: una pregunta intempestiva, imperativa:

—¿Le importaría dejar de mirarme?

El señor Soto se volvió abochornado hacia la ventanilla.

53. Vudú

El viajero tenía un muñeco. El muñeco tenía mi rostro. Yo tenía una faca. Me la clavé en el corazón y la mano del viajero empezó a llenarse de sangre.

En el fragor del silencio retumbó una insólita carcajada. No sé si era mía, del viajero o del muñeco.

sábado, 5 de abril de 2008

52. ¿Le pongo ketchup?

He abierto un restaurante de sexo rápido donde la comida es lo de menos. Es lo mismo que los restaurantes de comida rápida, donde la comida es lo de menos. A ver, ¡el siguiente, por favor!

51. A nadie le amarga un dulce

Recuerdo cuando era niño y mi padre me hablaba con nostalgia de los deliciosos caramelos que le daba su abuelo.


Y nunca olvidaré cuando, años más tarde, mi propio padre le daba a su nieto (mi hijo) aquellos caramelos que nunca probé.


Ahora veo a mi nieto, reconozco el odio en su mirada, y entiendo lo que debía de sentir el miserable de mi abuelo.

viernes, 4 de abril de 2008

50. Cenicienta Maradona

Antes de empezar este relato, me gustaría dejar claras cuatro cosas. A saber:


Uno.

Éste no es el cuento de la Cenicienta. El cuento de la Cenicienta lo escribió Perrault y lleva por título “La Cenicienta”, o algo así. Por supuesto, hay cenicientas mil versiones del cuento, pero ninguna de ellas se titula “Cenicienta Maradona” (creo). Así que todo aquel que espere encontrar madres y hermanas putativas, madrinas con varitas mágicas, roedores y cucurbitáceas convertidos en vehículos de tracción animal, príncipes azules y muchos extras bailando valses antes de medianoche, finales felices y todo eso, que no siga leyendo: más le vale buscar en otro sitio o cogerla en vídeo.


Dos.

Tampoco es un cuento de fútbol. El fútbol es un deporte noble donde prima el afán de colaboración, las ganas de divertirse y el juego limpio. Elementos encomiables que no tienen cabida en esta historia.


Tres.

Está la cuestión de los personajes. Es éste un asunto delicado que merece una especial atención.

Son tres los personajes: la Ella, el Él y lo Ello.

La Ella no es la Cenicienta, pero desde que tiene uso de razón la han llamado Maradona. Es honesta, buena cocinera y amante de la pornografía, de los sellos autoadhesivos y de pasear los domingos por la mañana. Aunque NO TIENE PAREJA, es una mujer muy agraciada físicamente. Esto resulta obvio cada vez que se encuentra delante de un objeto aproximadamente esférico que guarda un cierto parecido (aunque sólo sea debido a su aproximada esfericidad) con un balón de fútbol; es entonces cuando su “agraciada” pierna derecha demuestra que, en efecto, reúne todas las condiciones imprescindibles para hacer palidecer de envidia a cualquier lanzamisiles que se precie. Por lo demás, es bastante fea.

El Él no es un príncipe azul, pero guarda como oro en paño un zapato de cristal que encontró una vez en la vía del tren. El Él pertenece a esa clase de personas que podría trabajar en una biblioteca, pero trabaja en una zapatería que se llama Zapatonia y que se encuentra en mitad de un centro comercial de la periferia. NO TIENE PAREJA, pero no le preocupa: sabe que tarde o temprano la encontrará; sólo tiene que dar con la propietaria de un pie derecho que encaje perfectamente en su zapato de cristal. No espera que sea muy guapa (el canon de belleza femenina no encajaría en el zapato de cristal ni con cuatro pares de calcetines de invierno): le basta con que sea honesta, buena cocinera y amante de la pornografía, de los sellos autoadhesivos y de pasear los domingos por la mañana. Pero, por encima de todo, busca una mujer que no se sienta incómoda ante el hecho de que su cabeza guarda un parecido sospechoso con un balón de fútbol.

Lo Ello no es un personaje en sentido estricto, pero su papel en esta historia resulta crucial. Se trata de un zapato de cristal, pero no un zapato delicado y quebradizo, sino un señor zapato blindado que había sobrevivido a veinticuatro trenes de cercanías, cuatro de lejanías y nueve de mercancías antes de que el Él lo encontrara. Un zapato que NO TIENE PAREJA. Un zapato que lo que sí tiene es una puntera de diamante, aguda y afilada como pocas cosas. Un zapato de cristal que sólo se podrá calzar una persona (y con ayuda): una mujer honesta, buena cocinera y amante de la pornografía, de los sellos autoadhesivos y de pasear los domingos por la mañana. Una mujer a la que por algo llaman Maradona.


Y cuatro.

Se me han acabado las ganas de empezar este relato.

jueves, 3 de abril de 2008

49. When I’m sixty-five*

De pequeño me abrieron una cartilla de ahorros para el día de mi jubilación, momento en que por fin podré comprarme la hucha de barro (con forma de cerdito) que siempre he deseado.

* En inglés en el original.

48. Entomolingüística

Efímera: Hermoso nombre para un insecto que indefectiblemente muere de pena a la edad de un día, tras haber descubierto que en los diccionarios es utilizado como excusa para definir el término cachipolla.

47. Edipo acomplejado

Odio la sopa porque me hace pensar en el malhadado Edipo, que se arrancó los ojos con una cuchara después de que un oráculo cachondo le dijese que su sino era convertirse en Uri Geller.

miércoles, 2 de abril de 2008

46. Escrito en domingo

Tenía la agenda tan apretada que sólo veía a su novia los domingos, cuando iban a comer a la montaña, o a comer a la playa, y (dependiendo del sitio) a pasear o a nadar, a hacer escalada y parapente, o esquí acuático y kitesurf. Y así domingo tras domingo, hasta que ella se cansó y le dijo adiós muy buenas. Y como él seguía con la agenda muy apretada, pero no tanto como para no tener los domingos libres, siguió yendo a comer a la montaña y a la playa; sin embargo, no le gustaba pasear o nadar solo, y actividades como el esquí acuático ahora se le antojaban poco menos que impracticables (sobre todo desde que intentó poner en práctica su idea de manejar la barca con control remoto desde los esquíes); así que acabó encontrando otra ocupación para después de comer. Sucedió sin planearlo; simplemente, estaba tratando de resolver un crucigrama (1 VERTICAL: INICIO DE CUENTO, TRES PALABRAS) cuando se dio cuenta de que había escrito una frase (ÉRASE UN LIMPIACRISTALES QUE SUFRÍA VÉRTIGO) demasiado larga, que le daba pie para escribir un cuento; así que se puso manos a la obra, sin más herramientas que el boli con que había estado torturando el crucigrama y las servilletas de papel que no había precisado para limpiarse los restos de tortilla de calabacines (siempre cogía servilletas para dos personas, por la costumbre). Pero no consiguió concluir el cuento aquel domingo, ni el domingo siguiente: la historia se le había ido de las manos, y no paraban de surgir nuevos personajes y subtramas; los personajes secundarios (como el ascensorista claustrofóbico o el locutor tartamudo) cobraban un protagonismo inesperado, y a partir de una simple anécdota improvisada podía aparecer, al menor descuido, un nuevo giro en la trama que cogía por sorpresa a su autor. Y domingo tras domingo, año tras año, en la montaña o en la playa, fue elaborando su cuento en servilletas de papel; aunque, a decir verdad, ya no era un cuento, sino una novela de tomo y lomo…, cosa que, no obstante, se resistía a admitir, porque no quería renunciar al espíritu original de la empresa. No quería que su manuscrito perdiera frescura por el hecho de ser catalogado como novela; para él siempre sería su “chiquitín” y, aunque se enorgullecía al verlo crecer, no podía dejar de pensar en él como un cuento. Hasta que un domingo (tras revelar que el asesino era el rabino antisemita) puso FIN, levantó la mirada y descubrió que ante él se extendía un abismo insondable. ¿Y ahora qué?, se preguntó. ¿Qué iba a hacer el resto de los domingos de su vida? Tal vez debería buscarme otra novia, se dijo, y aunque ya habían pasado más de quince años desde que la última lo dejara, aunque ya no nadaba ni paseaba ni practicaba deportes de riesgo, seguía estando de buen ver. Sin embargo, pronto dejó de preocuparse por estas cosas, porque tal vez sea el momento oportuno para señalar que su secretaria (la misma que le pasaba a máquina los crucigramas) había estado leyendo el manuscrito y lo había ido mecanografiando en sus ratos libres; luego, una vez concluido, lo había llevado en secreto a una editorial que no tardó en publicarlo, cosechando un gran éxito de público y crítica (sobre todo entre esa parte de la crítica acostumbrada a utilizar muletillas como “cosechar un gran éxito de público y crítica”), la misma que consagraría a su autor como el Gran Renovador de las Letras Universales y cosas por el estilo, pero él (que —millonario gracias a las ventas y los derechos de autor que había vendido a Steven Spielberg— se había retirado y ahora vivía con su secretaria a tiempo completo, bla, bla) no estaba del todo satisfecho, porque sabía que en el fondo nunca dejaría de ser un escritor dominguero.

45. De los Apeninos

—¿Qué te pasa, papá?
—Tu madre, Marco… ¡que se ha vuelto a ir!

A sus cuarenta y cuatro años, Marco ha recibido muchos golpes. Por eso no tarda en encajar éste.

—No te preocupes, papá. Ahora mismo partiré en su busca, ¡y no volveré hasta que la encuentre!

Marco hace la maleta y se marcha calle abajo. Rápidamente, el padre cierra la puerta y la asegura con una tranca descomunal.

Aparece una anciana. El padre se vuelve hacia ella, emocionado. Se abrazan.

—Por fin solos.

martes, 1 de abril de 2008

44. A por tabaco

—Voy a por tabaco.

Isabel estuvo observando a Cristóbal mientras se alejaba.

—¿Crees que volverá? —preguntó Fernando.

43. El astronauta

Cuando despertó el astronauta, el líquido amniótico todavía estaba allí.

42. Odiamos tanto a Edmundo

A Julio Cortázar, con perdón


Era difícil imaginar un grupo más dispar. Sólo teníamos una cosa en común: nuestra pasión incondicional por Edmundo. Por eso, cuando nuestro idolatrado artista pronunció aquel discurso (con palabras que, dichas como al descuido, compendiaban el más vil desprecio hacia todos y cada uno de sus fans), el club se deshizo.

Pero sucedía algo extraño: aunque el club había dejado de existir como tal, nos resistíamos a separarnos. ¿Cómo era posible? Si ya no teníamos nada en común, ¿por qué insistíamos en continuar viéndonos? Al final, acabamos comprendiendo qué era lo que nos mantenía unidos: nuestro odio incondicional hacia Edmundo.

Sin embargo, ¿es eso cierto? Yo, personalmente, ya no estoy seguro de odiar a Edmundo. De hecho, sigo adorándolo en privado. ¿Seré un caso aislado? ¿O a los otros les sucederá lo mismo?

Mañana lo mataré. Me ha tocado a mí. Y, aunque todos me apoyan, no sé cómo se lo tomarán.