Era un escritor modesto. O eso creía. En realidad, era un escritor pésimo. Poseía un vocabulario tan limitado que todos sus relatos estaban compuestos por las mismas ciento catorce palabras. Los críticos, confundiendo la necesidad con virtud, habían achacado su limitación léxica a la extravagancia propia de un genio.
El resultado era una obra absurda y delirante. Más que surrealista, parecía el trabajo de un chimpancé encadenado a una máquina de escribir cuyas teclas, en lugar de caracteres, imprimían palabras. Ciento catorce.
Y es que, a pesar de conocer tan pocas palabras, ni siquiera las conocía bien. Por ejemplo, creía que autobombo es cuando una mujer se deja embarazada a sí misma.
Si hubiera sido un buen escritor, habría podido ser modesto.
jueves, 22 de mayo de 2008
114. Un caso (de modestia) aparte
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario