Aunque el zapatero llevaba muerto bastante tiempo, los duendes seguían haciendo zapatos. No sabían hacer otra cosa, y a la viuda ya le iba bien. Ella sólo tenía que proporcionarles material. Y ni siquiera debía preocuparse por su manutención: con el cuero sobrante les bastaba para alimentarse con holgura.
Poco a poco, la viuda fue aumentando la cantidad de materia prima. El negocio iba viento en popa, los duendes habían incorporado algunas mejoras al diseño de los zapatos y la demanda seguía creciendo. Los duendes no se quejaban del incremento de faena, nada de eso: ellos sólo trabajaban incansablemente.
Hasta que se cansaron. Una madrugada se plantaron delante (y debajo) de la viuda y la amenazaron con crear un sindicato. La mujer, a su vez, los amenazó con deslocalizar el negocio.
domingo, 25 de mayo de 2008
117. Los duendes y la viuda del zapatero
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