Estás en una isla casi deshabitada, con Verónica, el niño y todo el invierno para escribir la obra que marcará un punto y seguido en el género de la novela rosa. Una obra poco menos que autobiográfica, todo hay que decirlo. ¿Por qué, entonces, cada vez que abres el portátil acabas escribiendo una mala copia de El resplandor? ¿Tan difícil te resulta limitarte a novelar aquellos días, no tan lejanos, en que conociste a Verónica, etcétera, etcétera, etcétera?
La primavera se acerca y el documento de Word se llena de aparecidos, torrentes de sangre, hachas… Tienes que acabar con esto. Podrías matar a tus personajes de una puta vez. Pero eso no es algo que puedas hacer así por las buenas. Aunque sea una historia carente de originalidad y totalmente impublicable, no dejas de ser un profesional. Y un profesional tiene que documentarse como Dios manda. Pero en la isla no hay biblioteca, ni hemeroteca, ni siquiera tienes acceso a Internet. ¿Para qué, si ibas a escribir una historia poco menos que autobiográfica?
Sólo se te ocurre una manera de averiguar el sonido preciso del filo de un hacha sobre los huesos del cráneo.
* Lanigiro le ne sélgni ne.
sábado, 24 de mayo de 2008
116. Redrum*
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