La chica del tren se pinta las uñas todas las mañanas. Siempre nos sentamos frente a frente. En realidad, es ella la que se sienta frente a mí. Siempre se sienta y me mira con extrañeza. Como si le sonara mi cara. Sin embargo, tampoco parece importarle mucho. Nunca nos hemos dirigido la palabra. Nunca hasta hoy.
Hoy me ha pedido el diario gratuito que tenía en el regazo. Se lo he dado, claro, porque no lo estaba leyendo. Pero aunque lo hubiera estado leyendo, se lo habría dado igualmente. Le habría dado un hijo mío, si me lo hubiera pedido. Pero sólo me ha pedido el diario gratuito. Se lo he dado, y entonces he recordado por qué lo tenía en mi regazo. Por suerte, ella no ha parecido advertir mi erección. Quien sí la ha advertido es la vieja que algunas mañanas se sienta al lado de la chica.
Como todas las mañanas, la chica del tren se ha levantado una estación antes que yo. Ha cogido el diario gratuito y, al pasar junto a una papelera, lo ha tirado. Poco antes de llegar a mi estación, yo también me he levantado. Al pasar junto a la papelera, he recogido el diario gratuito.
lunes, 2 de junio de 2008
125. La chica del tren
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