Aquella mañana, como todas las mañanas, el vendedor de juguetes se dispuso a abrir la tienda. Se agachó para introducir la llave en la cerradura de la persiana metálica. Su mirada quedó fija en algo: la parte baja de la persiana estaba llena de adhesivos fluorescentes con publicidad de cerrajerías. El juguetero profirió un bufido de disgusto, levantó la persiana y abrió la puerta.
La hora de la comida la dedicó por completo a arrancar las pegatinas. No fue fácil, pero con paciencia y un buen disolvente acabó dejando la persiana completamente limpia de publicidad intrusiva. Aquella tarde, sentía un hambre tan atroz que casi se comió a un niño que quería una pistola de juguete.
A la mañana siguiente, los bajos de la persiana volvían a estar atestados de anuncios de cerrajerías. A la hora de comer también se encargó de quitar los adhesivos, y por la tarde estuvo a punto de comerse la pastelería de plastilina.
A la mañana siguiente, lo mismo. Habían vuelto a empapelar la parte baja de la persiana con los adhesivos fluorescentes. A la hora de comer los extirpó de nuevo. Y cuando cerró la tienda tenía una hambre salvaje. Sin embargo, en lugar de irse a casa a cenar, se escondió en el portal de al lado.
Aquella noche cenó duendes.
martes, 10 de junio de 2008
133. Pegatinas
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2 comentarios:
La recurrencia me hace suponer que convives con alguno de estos seres pequeños...
Qué va. Mis compañeros de piso son bastante más altos que yo.
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