Observa el capullo durante veinte, treinta minutos, una hora, tal vez menos o más, no lo sabe, pero llega un momento, antes o después, en el que le parece una escultura abstracta, un sinsentido que bien podría estar expuesto en una galería de arte contemporáneo, y entonces sonríe ante esa obra de arte que debe de costar millones y millones y la acaricia, despacio, muy despacio, y suave, muy suave, la acaricia despacio y suave, la piel siendo acariciada por las yemas de sus dedos, sus dedos que acarician una obra de arte abstracto en una galería de arte contemporáneo, una obra de arte que cuesta millones y millones y la acaricia, pero no la acaricia por lo que es, la acaricia por lo que vale, por lo que cuesta, porque no se puede acariciar todos los días una obra de arte que cuesta millones y millones, no, no se puede, no se puede a no ser que tengas esos millones y millones para gastarte, o a no ser que tú seas el artista que ha creado la obra de arte, o un heredero del artista, pero se pregunta si sería capaz de poseer esa obra sabiendo que está valorada en millones y millones, aunque fuera la obra de su abuelo a quien tanto ha querido, tanto da, en el fondo de su ser es un sinvergüenza a quien le gustan los millones más que el arte y sobre todo más que el arte abstracto, por eso prefiere venderlo o subastarlo, por eso acaricia el capullo como si fuera la última vez.
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