Debido a su delicada salud, el viejo apenas le puede dedicar unos minutos cada noche a su empleo auxiliar como escribiente. Sin embargo, cada mañana se encuentra con decenas de cuartillas rellenadas, como si su ritmo de trabajo no hubiera decrecido drásticamente en los últimos meses. La única explicación posible es que Julio, su hijo, pase las noches haciendo su trabajo; eso también explicaría la falta de sueño y el bajón en las notas del muchacho. Pero el viejo prefiere hacerse el sueco, regañando cruelmente a su hijo como si no supiera nada; eso le duele más que nada en el mundo, pero sabe que si no lo hace su mujer empezará a sospechar. Y también sabe que ella jamás consentiría que Julio dejara de lado los estudios para ayudar a su padre. Lo que no sabe es que las cuartillas las rellenan unos duendes que el chaval ha subcontratado con una ínfima parte del dinero que gana por las noches.
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