El viajero tenía un muñeco. El muñeco tenía mi rostro. Yo tenía una faca. Me la clavé en el corazón y la mano del viajero empezó a llenarse de sangre.
En el fragor del silencio retumbó una insólita carcajada. No sé si era mía, del viajero o del muñeco.
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