—Quiero ser torero. ¿Me pasáis la sal?
Su padre le pasó la sal. Su madre, no: al contrario, ella misma parecía haberse convertido en una estatua de sal.
La buena mujer se recuperó, pero no se volvió a hablar del tema.
Meses después, fueron a pasar unos días en el pueblo. Estaban los tres apoyados en una cerca, viendo unos toros, cuando los padres le dieron un empujón.
Uno de los toros más bravos se abalanzó sobre el muchacho y lo empitonó hasta el fondo.
La sangre brotaba a borbotones, y el toro seguía ensañándose.
El chico se volvió hacia sus padres y, entre estertores, les dijo:
—Me parece que ya nunca podré conducir una carretilla elevadora.
miércoles, 16 de abril de 2008
72. Cornada intensiva
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Jojojo, me matas :-)
Publicar un comentario