Era difícil imaginar un grupo más dispar. Sólo teníamos una cosa en común: nuestra pasión incondicional por Edmundo. Por eso, cuando nuestro idolatrado artista pronunció aquel discurso (con palabras que, dichas como al descuido, compendiaban el más vil desprecio hacia todos y cada uno de sus fans), el club se deshizo.
Pero sucedía algo extraño: aunque el club había dejado de existir como tal, nos resistíamos a separarnos. ¿Cómo era posible? Si ya no teníamos nada en común, ¿por qué insistíamos en continuar viéndonos? Al final, acabamos comprendiendo qué era lo que nos mantenía unidos: nuestro odio incondicional hacia Edmundo.
Sin embargo, ¿es eso cierto? Yo, personalmente, ya no estoy seguro de odiar a Edmundo. De hecho, sigo adorándolo en privado. ¿Seré un caso aislado? ¿O a los otros les sucederá lo mismo?
Mañana lo mataré. Me ha tocado a mí. Y, aunque todos me apoyan, no sé cómo se lo tomarán.
martes, 1 de abril de 2008
42. Odiamos tanto a Edmundo
A Julio Cortázar, con perdón
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