martes, 10 de junio de 2008

133. Pegatinas

Aquella mañana, como todas las mañanas, el vendedor de juguetes se dispuso a abrir la tienda. Se agachó para introducir la llave en la cerradura de la persiana metálica. Su mirada quedó fija en algo: la parte baja de la persiana estaba llena de adhesivos fluorescentes con publicidad de cerrajerías. El juguetero profirió un bufido de disgusto, levantó la persiana y abrió la puerta.

La hora de la comida la dedicó por completo a arrancar las pegatinas. No fue fácil, pero con paciencia y un buen disolvente acabó dejando la persiana completamente limpia de publicidad intrusiva. Aquella tarde, sentía un hambre tan atroz que casi se comió a un niño que quería una pistola de juguete.


A la mañana siguiente, los bajos de la persiana volvían a estar atestados de anuncios de cerrajerías. A la hora de comer también se encargó de quitar los adhesivos, y por la tarde estuvo a punto de comerse la pastelería de plastilina.


A la mañana siguiente, lo mismo. Habían vuelto a empapelar la parte baja de la persiana con los adhesivos fluorescentes. A la hora de comer los extirpó de nuevo. Y cuando cerró la tienda tenía una hambre salvaje. Sin embargo, en lugar de irse a casa a cenar, se escondió en el portal de al lado.

Aquella noche cenó duendes.

2 comentarios:

claudia paredes dijo...

La recurrencia me hace suponer que convives con alguno de estos seres pequeños...

Alberto Ramos dijo...

Qué va. Mis compañeros de piso son bastante más altos que yo.