No te lo perdonaré nunca. Míralas. Están muertas. No, no me mires a mí. Míralas a ellas. Muertas. Daños colaterales de tu egoísmo malsano. Me has oído bien: tu egoísmo malsano. Míralas ahora y jamás dejarás de verlas. Su imagen te perseguirá, aun cuando nuestros amores lleven una eternidad criando malvas en el monte del olvido. ¿Ves lo que has hecho? Nuestros amores... Una vez creí que eran uno solo, indivisible como un átomo, cuando los átomos eran indivisibles. Pero tú jamás lo creíste. Siempre dudabas, como un científico que todo lo cuestiona, que todo lo examina. Nada escapaba a tu exhaustivo control de calidad. Siempre me ponías a prueba, sin importarte el daño que pudieras causar. “Pero si un atardecer las gardenias de mi amor se mueren es porque han adivinado que tu amor me ha traicionado porque existe otro querer.”* Sólo tú eras capaz de pensar algo así. Traición... ¿Cómo podías hablarme de traición? Y lo peor de todo, lo que no te perdonaré nunca: ¿cómo pudiste exponerlas a una muerte innecesaria? Mi amor, tu amor... Era una carga excesiva para ellas. Y para mí. Tenían todo el calor de un beso. Y me hablaban. Me hablaban y me decían: te quiero. Y yo les respondía. Tal vez no me lo decían a mí, pero tú no estabas conmigo y yo les respondía: os quiero. Las quería, sí. Las quería como te quise a ti. ¿No es irónico? Ahora están muertas, como tu amor y el mío, pero mi amor hacia ellas jamás morirá. Están muertas. Míralas. Muertas. No te lo perdonaré nunca.
* Isolina Carrillo, “Dos gardenias”.
lunes, 7 de abril de 2008
55. Pero si un atardecer
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2 comentarios:
me ha entrado como una necesidad de escuchar tango...
A mí me ha entrado un perfume...por la ventana.
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