Su mirada, cuando por fin logró alzarla, tropezó con una expresión cansada pero satisfecha. Por supuesto, también vio las manos bañadas en sangre.
—¿Por qué? —Fue un murmullo casi inaudible. De hecho, no esperaba ser oída. Tampoco esperaba ninguna respuesta.
—¿Por qué? ¿Por qué, dices? —Al parecer, sí la había oído—. Fuiste tú quien dijo que no podíamos irnos de vacaciones. Fuiste tú quien dijo que teníamos que hacer un sacrificio.
sábado, 22 de marzo de 2008
6. Las vacaciones
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2 comentarios:
Excelente. Tus cuentos llegan a ser adictivos, no se si lo sabías. Un saludo grande!
¡Gracias grandes, Calipso!
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